Todos los días me derramé en ese cuaderno único, tras oler su fortísimo olor a cuero virgen, anotaba todas las lecciones que junto a Pandey Ji aprendía. Aun lo abro y mis ojos, incrédulos, observan todos los dibujos y todas las enseñanzas.

Junto al último refugio de montaña antes de ir, con todo, a por nuestra cima nepalí. El esfuerzo fue tan grande…, que la recompensa durará por siempre.

Escribía junto al Ganges, cuando esas dos niñas tan adelantadas se acercaron a venderme sus manualidades. Creo que obtuvieron algo más; pasamos dos horas jugando y mayormente riendo.

Así comenzó la gran aventura. Sin más…, alguien se acerca, te da una tarjeta, y ni siquiera sabes lo que tienes por delante. Maestros y aprendices, intercalados en el baile de la vida.

Comienza el último intento de escapada, Antara al volante. Queda una hora de luz y le pedimos al cielo que nos siga iluminando. Un desierto sepultado en nieve y una larga noche nos separan de nuestro destino elegido.

Dr. Upendra, profesor de Pranayama y Meditación, como me gusta conservar esta fotografía. Tras tu aspecto parecieras tan normal…, y ni mucho menos. Cuánto nos enseñaste a todos tus alumnos, en aquella recóndita escuela al oeste de la India.

Tras el viaje de ida, en aquel colorido y aventurero autobús, el viaje de vuelta lo hicimos en el techo. Lo que parecía una temeridad, en la práctica, era lo más sensato.

Allí pasé las dos lunas llenas, en aquella cabaña junto al mar, Ramzi y Lorena. Cerca de la escuela de yoga. Shanti, el perrillo, se hizo fiel y leal compañero.

Fue el último refugio antes de luchar por nuestra cima. El frio era agresivo y nuestra piel mostraba su fragilidad.

Se dice que Shiva creó el Universo a través de la danza. El sol me permitió jugar con el brillo de su mano. El destello en su entrecejo, es cuanto menos una curiosa casualidad, para los que crean en ellas.

Me impresionó enormemente la intensidad con la que los judíos pegan sus frentes a las indestructibles rocas que lo conforman, mientras recitan sus escrituras. He de decir, que al apoyar mi frente sobre él, sentí que no era simplemente un muro sin más.

Según sus escrituras desde aquí Mahoma ascendió a los cielos, acompañado del Arcángel Gabriel hacia su encuentro con Alá. Dicha localización es también un lugar de culto para la tradición judía, según sus creencias, desde esta primera piedra se construyó el mundo.

Lo encontré descuidado; fui a un cercano mercado, compré una escoba de paja para limpiarlo de arena y telarañas, incienso de sándalo y palo santo para purificar su aire y dos vasos para llenarlos de arroz y ofrendárselos.

Este lugar quedaba a dos horas de autobús desde mi alojamiento y, cada vez que llegaba, las nubes lo borraban del cielo; no pensaba rendirme. Lo conseguí el último día, antes de tener que regresar a Madrid.